Arvo Pärt - Tractus
- Fernando Alday
- 16 jun
- 2 Min. de lectura

Arvo Pärt es un artista con una trayectoria inabarcable. Tiene bajo su ala muchas horas de vuelo y, sobre todo, un estilo y comprehensión del arte de la música que escapa a muchos de nosotros como simples aficionados al tema. Tan es así, que ha desarrollado su propio método de composición. El denominado Tintinnabuli.
En este método de composición, se utilizan 2 voces. La primera, destila las notas y la segunda genera una especie de fondo a dicho sonido. Esta aproximación genera, en la práctica, un estilo austero y minimalista pero que destaca los elementos fundacionales de la composición. En este sentido, con los dos acercamientos se logra unidad y se abre el espacio para la interpretación musical por parte del oyente.
Con esto en mente, el acercamiento a la primera obra “Littlemore Tractus”, nos presenta la parábola sonora de Arvo Pärt. El sonido se despliega y presenta como la primera luz de un amanecer. Hay toques brillantes, sutiles, apenas perceptibles. La melodía, basada en la interpretación de distintas obras literarias nos acerca al sonido secular, con cadencia y ritmo relajados y pausados.
Kaljuste, el director de la orquesta, sirve como ancla a la composición. Crea firmeza y serenidad; el Tallinn Chamber Orchestra sostiene las notas, mientras el Estonian Philharmonic Chamber Choir murmura en un susurro colectivo: no exalta, sino reconforta. Esa dualidad entre el rigor matemático del método de notación del autor y el efecto emocional define el pulso de todo el programa. La gramática musical de Pärt habla al oído y al alma. ¿Será esto resultado de las 2 voces en su método?
El resto de composiciones de la obra, igualmente relevantes en cuanto a temática y ejecución exploran temas paralelos, todos con la misma inspiración y la representación de la dualidad contenida en el estilo de construcción que caracteriza a Pärt. Pulsos musicales en instrumentos que siguen el matemático intelecto, pausas y sonidos sutiles. En “L’abbé Agathon” se eleva un crescendo lírico en el que la soprano Maria Listra emerge con una pureza casi mística.
Técnicamente, la grabación de Eicher en la iglesia metodista de Tallin sella la obra en su acercamiento casi litúrgico y la presenta más allá del universo acústico. Esta obra puede considerarse la plenitud del artista, alcanzada tras el camino recorrido desde Tabula Rasa, primer antecedente de esta estética.
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