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Foto del escritorFernando Alday

KEF Q350

Actualizado: 12 dic 2023

Hace ya algunos años solía viajar rutinariamente por cuestiones de trabajo. Cuando llegaba a una ciudad en particular, siempre reservaba en el mismo hotel, el cual había conocido hacía más 20 años gracias a mi abuelo, quien era huésped habitual ahí, cuando también se veía obligado a viajar.

El hotel estaba verdaderamente bien ubicado y se encontraba cerca de las oficinas que debía visitar, así que invariablemente, era mi elección. En muchas ocasiones, incluso, reservaba la misma habitación, cuando esta se encontraba disponible.



En retrospectiva, el hotel no destacaba en ningún rubro. Era un edificio antiguo pero bien conservado. El servicio era amable, pero lento. Las habitaciones estaban limpias, pero el mobiliario era antiguo. El restaurante y los desayunos eran, cuando menos, comestibles. En verdad que, lejos de cualquier otra cosa, lo que me llevaba siempre al mismo hotel era la familiaridad.


En una ocasión al llamar para hacer una reserva (aún se hacían por teléfono) me informaron que el hotel estaba siendo remodelado, por lo que no estaban admitiendo reservas para la fecha que requería. Sin embargo, me facilitaron información de un hotel cercano como opción. Llamé y reservé.


Cuando llegue al hotel nuevo, lo primero que me sorprendió fue la diferencia en el ambiente. El lobby era amplio y bien iluminado. El personal de recepción era amable y dispuesto, por no decir bastante ágil en su trabajo. Mi sorpresa fue mayor al subir a la habitación. Muebles nuevos, algo que recordaba la decoración en las revistas que se hojean al esperar una consulta o los catálogos de tiendas que se especializan en albóndigas y contrachapados. La televisión en la habitación ya no hacía uso de un tubo de rayos catódicos y, en general, se respiraba un ambiente más puro y pulcro. No es que el anterior hotel estuviera sucio, es que los colores oscuros de la moqueta, el estilo barroco de los muebles y la televisión de 100 kilos lo hacía parecerlo.


Algo similar me ocurrió cuando tomé posesión de mis altavoces KEF Q350. Habiéndome mudado de país al inicio de la pandemia, con un bebé en camino y de alquiler en un piso cuyo tamaño y disposición había sido pensado para alojar turistas durante un solo fin de semana, la apremiante necesidad de hacerme con un equipo de sonido para disfrutar de mi música, me orilló a buscar unos altavoces pequeños.


Con las restricciones de la pandemia logré hacerme con unos altavoces Denon pensados para una cadena de las que algunos llamarían “mid-fi”. Unos discretos altavoces forrados de un vinilo que simulaba madera y unas rejillas grises alojaban un driver de apenas 5 pulgadas y un pequeño tweeter. Un par de postes de conexión más que correctos y un puerto en la parte trasera. Cuál sería mi sorpresa al conectarlos al amplificador Sony que había logrado encontrar hacía pocos días y escuchar, agradecido y un poco incrédulo, que los mismos producían no solo sonido, sino que la calidad del mismo no era del todo desagradable.


Estos altavoces cumplieron sobradamente su función durante poco más de un año y, cuando existió la primera oportunidad de hacer una mejora, me puse de inmediato a pensar en posibles sustitutos. Debo decir que, de inicio, me había planteado un presupuesto de alrededor de €500, con la posibilidad de ajustar un poco más según hubieran opciones sobre la mesa.


Y digo sobre la mesa literalmente, ya que mi equipo se situaba junto al escritorio que utilizaba para trabajar, por lo que los altavoces compartían el mismo con la pantalla de mi ordenador, así como con el teclado y el ratón del mismo.


Con esto en mente, las opciones apuntaban a altavoces de estantería, los cuales debían caer dentro del presupuesto establecido, ser capaces de servir para escucha en formato “near field” y, sobre todo, superar en prestaciones a los Denon.


Consideré varias opciones. Miré precios y especificaciones por internet. Me enamoré y perdí interés en muchas marcas y modelos. Busqué altavoces activos, vintage, hechos a medida, de importación. En fin, creo que miré todas las opciones disponibles y, un buen día, casi por accidente di con estos KEF.



Sabía que los comentarios eran positivos, cumplían con mis requisitos y, sobre todo, me los ofrecieron a un precio en el que no me pude negar. Llegaron a casa y enseguida reemplazaron a los Denon que habían cumplido ya el año en su puesto provisional.


El cambio, como el descubrimiento de que existían hoteles cuyo mobiliario no se asemejaba al plató de la película del exorcista, fue verdaderamente una diferencia entre el día y la noche. Pero, no nos confundamos. Los denon reproducían bien la música. Tenían medios definidos y el sonido era articulado. Sin ser altavoces de alta fidelidad, eran verdaderamente aptos para la escucha y disfrute de la música.

Los KEF Q350, sin embargo, estaban en una liga distinta. La música se seguía reproduciendo y escuchando. La diferencia era que se escuchaba no solo mejor, sino que se escuchaban más detalles.


El rango de medios de las Q350 es impactante. La capacidad del driver uni-q de reproducir estas frecuencias es, cuando menos, admirable. Si algo sorprende de estos altavoces es la claridad y facilidad con que presentan y encuentran los detalles en la grabación a este nivel.


Otro elemento destacable es la presentación que logran, gracias a la extensiva ingeniería dedicada a la dispersión de las ondas de sonido. Estando separadas por unos escasos 1.20 metros sobre mi escritorio, logran dibujar con gran detalle la imagen aportada por el efecto estéreo, con su respectiva reducción de escala en función de la cercanía.


La separación y, al mismo tiempo, la relación entre ambos canales es algo que aún hoy (tras un año de escucharlas diariamente) sorprende por su claridad y capacidad de presentación.


La solidez de su construcción, sumada a la sencillez y elegancia del moderno diseño hacen que verlas resulte agradable. El acabado blanco mate se mezcla con el entorno y ayuda a que las relativamente voluminosas cajas disminuyan su presencia el campo visual, mientras que acentúan el futurista diseño del uni-q y su tweeter.



La construcción es de primer nivel y, basta con moverlas o tocar las cajas para notar las pocas resonancias que existen al golpearlas suavemente con la mano.


Las conexiones traseras presentan un nivel de calidad alto, mientras que el puerto trasero permite la opción de colocar un “plug” para quienes se encuentren ante la desafortunada obligación de situarlas a poca distancia de la pared.



Las provisiones para fijar las rejillas de protección, mismas que son opcionales y, por tanto acarrean un desembolso de unos €60-70 adicionales, son magnéticas. Por lo que los altavoces no se ven afectados visualmente por poco atractivos postes de fijación o huecos en su faceta delantera.


KEF recomienda que los Q350 sean colocados en soportes, más con la utilización de material absorbente o algún tipo de “desacoplo” es posible utilizarlas en una superficie, como pudiera ser un escritorio o mueble.


A considerar en razón de lo descrito en párrafos anteriores, debo decir que son altavoces que se muestran sensibles a su posicionamiento, por lo que recomiendo ser generosos con el distanciamiento entre ellos y la pared trasera, para ambos casos la mayor distancia posible. Así como también recomiendo que los drivers sean dirigidos, con precisión, hacia la posición de escucha dibujando, en la medida de lo posible, un triángulo equilátero.


En general, mi experiencia con los KEF Q350 ha sido positiva. Es, en definitiva, un altavoz a considerar en el rango de los €400-500 euros (no pagaría más por un par). Ofrece a quien pueda encontrarle un buen lugar en su sala de escucha unos medios nítidos y muy musicales, una gran definición e imagen, acompañados de un atractivo diseño. De bajos definidos, controlados y/o contundentes ya hablaremos cuando toque revisar otros altavoces.




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